jueves, 22 de mayo de 2008

Corpus Christi en la Tierra de Los Incas


Cuando los españoles llegaron al Cusco, se sorprendieron al enterarse que los hijos del Sol sacaban en procesión a las momias de los Incas; entonces, blandiendo los evangelios, decidieron terminar para siempre con la fiesta pagana. La solución de los misioneros que acompañaban a los conquistadores fue muy simple: reemplazar los venerados restos por imágenes de la virgen y los santos católicos. Así nació el Corpus Christi en la antigua capital del Tawantinsuyo, una celebración católica que se impregnó de matices andinos.

La chicha corre a raudales y lo va a seguir haciendo, agregándolo un tufillo de emotividad a las palabras en quechua y en español. La música que despiden los pututos -trompetas andinas hechas de caracoles marinos- estallan en profundos sonidos, que se mezclan con el tañido enérgico de la María Angola, la campana más grande de América.

Ir y venir en la Plaza de Armas del Cusco. La fe palpita en los corazones de los fieles congregados alrededor de la Catedral o se disfraza de lágrima en los ojos de los devotos que esperan la salida de las veneradas imágenes de la ciudad, en el día central del Corpus Christi, la fiesta de la sagrada eucaristía que se celebra en junio, a los 60 días del domingo de resurrección.

Y llega el momento esperado. Las vírgenes y santos de las parroquias cusqueñas (son 15 en total), salen de la Catedral ataviados con finas prendas y hermosas joyas.
Desde sus deslumbrantes andas de plata, observan a su pueblo, a sus devotos que rezan, se persignan o encienden una vela; algunos son ricos, otros pobres, pero eso no interesa ahora, todos son hermanos en la fe.

Los santos y vírgenes católicos recorren la Plaza de Armas, como antes lo hicieron las momias de los incas, en hermosas andas hechas de metales preciosos, durante una ceremonia realizada en honor al Tayta Inti o padre sol.

Con la llegada de los españoles, los misioneros trataron de erradicar esta costumbre, a la que calificaron como un rito pagano; entonces, decidieron reemplazar las momias por las imágenes sagradas y al inca por el Dios cristiano, representado en la hostia. Así se instauraba el Corpus Christi, una fiesta que desde 1247 se celebra en Europa.

Pero la estrategia de los ministros de la iglesia no fue del todo efectiva. Los hijos del sol no estaban dispuestos a olvidar sus costumbres, así que infiltraron sus danzas, sus bebidas y comidas en el ritual católico y le atribuyeron a los santos las mismas cualidades que a las momias, razones que hacen del Corpus Christi una celebración mitad occidental y mitad andina.

Silencio: Santos conversando

El día central de la fiesta siempre cae jueves, pero la conmemoración se inicia el miércoles, cuando las imágenes salen de los barrios y comunidades cercanas al Cusco, para dirigirse al templo de Santa Clara, donde se concentran en las horas previas a la "entrada" a la Catedral.
Antes, durante y después de la azarosa travesía, los abnegados mayordomos se encargan de acicalar y vestir primorosamente a sus engreídos, siendo la Virgen de Belén la más elegante y atractiva; pero también llaman la atención el patrón Santiago y su alba cabalgadura y San Jerónimo, con su sempiterno traje púrpura.

Los santos y las vírgenes pernoctan en la Catedral. Al día siguiente salen en procesión junto a la sagrada Eucaristía, entonces el pueblo del Cusco recibe la bendición del obispo.
Tras el pomposo desfile las andas retornan al templo mayor de la ciudad, donde permanecerán ocho días. En las mañanas y en la tardes, son visitados por cientos de personas, mientras que en la noche sólo gozan de la compañía de sus mayordomos.

Así se inicia la famosa octava del Corpus, un auténtico congreso de personajes sagrados. El diálogo se inicia cuando se duermen los mayordomos y en estas trasnochadas reuniones, la palabra de la "mamacha" Belén tiene mucho valor porque es la patrona del Cusco y la madre del Señor de los Temblores, el anfitrión de la magna cita.
Y mientras los patrones y virgencitas conversan de lo lindo, sus seguidores recuerdan que para vivir en paz no sólo basta con alimentar el espíritu, sino también el cuerpo, por lo que no desprecian los platos de chiri uchu -grandes trozos de cuy, gallina, cerdo, maíz tostado y queso- ni los embriagantes vasitos de chicha de jora... ah, tampoco está de más bailarse un huaynito.

El Corpus Christi es un ejemplo de sincretismo entre el viejo y el nuevo mundo, donde la celebración de la Sagrada Eucaristía, se mezcla con el agradecimiento a la pachamama, al Tayta Inti y a otras divinidades andinas, que han sabido sobrevivir en el corazón de los descendiente de la cultura inca.

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